¿Autorregulación o Corregulación? Mirada desde la Teoría Polivagal

Hoy, en el blog de Crianza con Conexión, me gustaría escribir sobre el papel fundamental que tiene la corregulación en el desarrollo adecuado de la capacidad de autorregulación en los niños y niñas desde que nacen hasta que su cerebro está totalmente desarrollado (25-30 años).
Actualmente, en muchos espacios educativos y hogares, los adultos están poniendo el foco, casi de forma exclusiva, en el desarrollo de la autorregulación de los niños y las niñas desde edades muy tempranas, centrándose en enseñarles a mantener la calma cuando su sistema nervioso está en modo supervivencia (sea modo lucha/huida o modo colapso) y/o a usar sus palabras para expresar aquello que les hace sentir mal... Y, por eso, no es de extrañar que (los adultos y los niños) se frustren mucho cuando los niños no son capaces de recordar esos aprendizajes (cognitivos) sobre qué hacer y decir en momentos en que empiezan a desbordarse emocionalmente.
Pero el hecho de que los niños de infantil y primaria, y también los adolescentes, no puedan regular sus emociones ante determinadas situaciones o retos y acaben estallando (debido a la activación simpática) o desconectando (debido a la activación vagal dorsal) en lugar de usar las estrategias de mindfulness y de respiración consciente que tantas veces les han enseñado desde muy pequeños, tiene su explicación en el cerebro y en el hecho de que hemos evolucionado para corregularnos en lugar de para autorregularnos.
¿Y esto qué significa? Pues significa que la capacidad de autorregulación tiene que ver con el desarrollo cerebral y el modo en que las distintas capacidades de los niños se van desarrollando en sus relaciones con los demás.
Todos nacemos con una capacidad para la desregulación que nos va a permitir comunicar nuestras necesidades fundamentales con el objetivo de sobrevivir, y aunque exista una autorregulación innata y autómatica fuera de nuestra consciencia (respiración, digestión, latido del corazón...), la autorregulación de los estados corporales y emocionales se va a ir aprendiendo, construyendo y desarrollando a través de la interacción con adultos que sepan ofrecer su capacidad regulatoria a los bebés, niños y adolescentes, de forma consistente, reiterada y predecible. Ésta es la forma en que las infancias y adolescencias van a poder ir desarrollando las distintas habilidades necesarias para detectar la activación de su sistema nervioso, para poder expresar cómo se sienten y poder utilizar herramientas autorregulatorias de forma independiente en lugar de expresar su desregulación a través de sus comportamientos.
Es decir, la existencia de adultos regulados y reguladores que sean capaces de gestionar sus propias emociones y de ofrecer un espacio de expresión, seguridad y comprensión para que los niños y adolescentes puedan procesar sus propias estados emocionales es CRUCIAL para un desarrollo adecuado de la corteza prefrontal y de las funciones ejecutivas (puedes leer más AQUÍ) y, por tanto, de su propia capacidad de estar en conexión con sus emociones y de utilizar estrategias para regularlas y volver al equilibrio. Siendo la capacidad de autorregulación, por tanto, el resultado de infinidad de experiencias de corregulación experimentadas en relación con adultos sensibles, pacientes y empáticos con capacidad para entender y conectar con la experiencia sentida de los niños y para convertirse en modelos de autorregulación.
"No hemos evolucionado para autorregularnos.
Hemos evolucionado para corregularnos."
Stephen Porges, creador de la Teoría Polivagal
De ahí que concluyamos que los niños y adolescentes no van a poder autorregularse independientemente si no han vivido (de forma frecuente u consistente) experiencias de corregulación con adultos que sepan acompañarles cuando están desbordados por sus emociones más intensas.
¿Por qué? Porque la autorregulación está íntimamente relacionada con la presencia de vínculos seguros capaces de descifrar el significado del lenguaje corporal, de los comportamientos de los niños y de las necesidades que éstos comunican. Y nada tiene que ver con la obediencia de los niños o con su apariencia de calma, sino con su capacidad compartida de procesar las emociones que están sintiendo a cada momento.
Y ésta, como cualquier otra habilidad, la va a ir desarrollando cada niño y niña a su propio ritmo, dependiendo de muy diversos factores como la sensiblidad de su sistema nervioso, la existencia o no de neurodivergencias o multiexcepcionalidades o la experiencia de traumas tempranos. Por eso, no tiene sentido alguno esperar capacidad de autorregulación similar en todos los niños de un mismo nivel educativo ni hacer comparaciones con los demás, y menos aún esperar una capacidad de autorregulación similar a la de un adulto maduro emocionalmente (que, dicho sea de paso, no hay tantos adultos capaces de lidiar con sus emociones de una forma madura y constructiva, especialmente, en relación con la desregulación de los niños y adolescentes).
Todo esto cobra aún más sentido cuando empezamos a observar los comportamientos más disruptivos de los niños como intentos de autorregulación, como una exquisita forma de comunicación natural que nos indica que el cerebro del niño, todavía en desarrollo, ha activado la alarma y ha retrocedido a un estado más primitivo para mantenerse a salvo y protegerse de lo que ha percibido como un peligro, y que necesita de nuestra ayuda para retornar al equilibrio. Por eso, cuando incorporamos la sabiduría del sistema nervioso en nuestra forma de relacionarnos con los niños, nos damos cuenta de que más que castigos y amenazas ante su desregulación, los niños y adolescentes necesitan comprensión, paciencia y guía para ir desarrollando las habilidades que precisan para poder reaccionar de una forma más adecuada socialmente.
De todo ello, se deriva que el sistema nervioso del niño o adolescente va a aprender a lidiar con emociones y sentimientos intensos gracias a nuestro apoyo, ya que - repito - el desarrollo de la autorregulación independiente es un proceso largo que puede empezar a tener cierto éxito en situaciones puntuales a partir de los 7-9 años, pero que necesita refinamiento y práctica para su maduración a través de la corregulación con adultos sintonizados, empáticos, neuroinformados y sensibles durante muchos más años (hasta mediados o finales de la veintena con mayor intensidad, y posteriormente durante momentos de mayores niveles de estrés).
Y esta necesidad evolutiva de corregulación nos plantea la idea de que, en realidad, la autorregulación en sí misma es un mito, ya que la ciencia más actualizada (y en concreto la neurociencia relacional y la Teoría Polivagal) nos sugiere que la autorregulación es una corregulación internalizada en el sistema nervioso de los niños tras años y años de "recibir prestada" la capacidad de autorregulación de los adultos de sus vidas... Capacidad que, a su vez, hemos desarrollado internalizando la corregulación recibida por parte de otros (bien sea de nuestros vínculos seguros durante la infancia, bien sea de nuestras amistades sanas, pareja consciente o terapeuta neuroinformado durante nuestra adultez, en caso de que no la hayamos podido desarrollar en nuestra infancia por la ausencia de vínculos seguros con nuestra familia).
Teniendo en cuenta todo lo anterior, y reflexionando sobre qué necesitan los niños y jóvenes para aprender de una forma más efectiva y alineada con nuestras necesidades neurobiológica, llego a la conclusión de que es imperativo crear entornos educativos, familiares y sociales que faciliten el desarrollo de la capacidad de autorregulación en un contexto de relaciones seguras y sensibles. Vínculos seguros y nutritivos que sean buen ejemplo de autorregulación y compasión , que estén dispuestos a corregular a las infancias y adolescencias durante sus momentos de estrés, capaces de detectar y descifrar sus niveles de activación, y de escucharles con presencia e interés, dejando espacio para su expresión emocional auténtica, y guiándolos desde su desregulación hacia la regulación con respeto, aceptación y cariño. Es decir, entornos y relaciones que promuevan el desarrollo de la inteligencia emocional, el autoconocimiento, la reeducación del sistema de respuesta al estrés y el fortalecimiento de la resiliencia de los niños, sin castigar, sin avergonzar, sin ignorar, sin etiquetar, sin comparar, sin castigar y sin juzgar.

Sabiendo ahora, por todo lo mencionado anteriormente, que el cerebro no termina de desarrollarse hasta los 25-30 años, que la corteza prefrontal responsable del control de impulsos, de expresar en palabras las emociones, de planificar, de tomar decisiones, de priorizar tareas, y de elegir estrategias para resolver retos o problemas está inmadura y en proceso de desarrollo durante la infancia y la adolescencia, ...
¿por qué tenemos expectativas tan elevadas hacia los niños y
su capacidad de regulación emocional cuando experimentan estrés?
¿por qué esperamos que aprendan a regularse y calmarse solitos desde muy temprana edad?
¿por qué les medimos con un estándar superior al que medimos a los adultos en cuanto a sus respuestas emocionales ante el estrés... y más aún teniendo en cuenta que un buen número de adultos todavía continúan reaccionando ante el estrés (y ante los comportamientos más difíciles de los niños) como si fueran niños pequeños ellos mismos, pese a tener el cerebro completamente formado?
En definitiva, el desarrollo de la capacidad de autorregulación en las infancias y adolescencias depende totalmente de las experiencias de corregulación ofrecidas por los adultos de sus vidas (casa y colegio) y, por tanto, de la capacidad de autorregulación propia de dichos adultos; de la capacidad de conectar nuestro sistema nervioso con el de nuestros niños más allá de las palabras, transmitiendo una neurocepción de seguridad a través de nuestro tono de voz, mirada, gestos, movimientos y tono emocional.
De ahí que sea tan importante cambiar el foco: en lugar de centrarnos exclusivamente en enseñar técnicas de autorreglación a los niños desde muy pequeños, necesitamos poner el foco en nosotros, los adultos, y nuestra capacidad de convertirnos en una presencia regulada y reguladora; teniendo siempre presente que el desarrollo de la autorregulación de los niños y adolescentes sigue un ritmo totalmente individual que va a depender fundamentalmente de nuestras interacciones cotidianas con los niños, aunque también de la existencia o no de neurodivergencias y otras sensibilidades. Porque esa corregulación es una necesidad irreductible, un imperativo biológico (en palabras de Stephen Porges, creador de la Teoría Polivagal) con el fin de asegurar nuestro bienestar integral desde que nacemos, y a lo largo de toda nuestra vida.
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