La sabiduría de las lágrimas
¿Recuerdas la última vez que lloraste largo y tendido, sin interrupciones, simplemente permitiéndote sentir la tristeza acumulada en tu cuerpo y liberándola a través de tus lágrimas? ¿Cómo te sentiste después? Probablemente, mucho más ligera, relajada, como si te hubieras quitado un gran peso de encima.
"Es un alivio llorar: las penas se desahogan y son arrastradas por las lágrimas"
Ovidio (poeta romano, 43 aC)
La ciencia ha demostrado lo que muchos artistas, filósofos, escritores y pensadores ya sabían: llorar ayuda a mantenernos emocionalmente sanos, porque es el mecanismo natural que tiene nuestro cuerpo para liberar tensiones y recuperarse del estrés y el trauma.
Todas las emociones necesitan ser expresadas. Y nuestra salud, desde la infancia hasta la adultez, depende de que podamos pendular fluidamente entre nuestros estados fisiológicos y emocionales, sin quedarnos atascados en ninguno de ellos.
Diversas investigaciones han señalado el rol terapéutico y adaptativo de las lágrimas. El bioquímico Frey descubrió que las lágrimas emocionales llevan más proteínas que las no emocionales (las que caen al cortar una cebolla) y que ayudan a liberar toxinas de nuestro cuerpo. Lo que sugiere que, cuando lloramos por razones emocionales, estamos inmersos en un proceso curativo.
Otras investigaciones (Bylsma, 2011) insinúan que lo que determina que el llanto sea o no beneficioso es la razón por la que lloramos y quién nos acompaña mientras lo hacemos. En su estudio, encontraron que era más probable que el llanto hiciera sentir mejor a la gente cuando tenía apoyo emocional, si lloraban por un evento positivo o si el llanto conllevaba la resolución o una nueva comprensión de la situación que les había provocado el llanto. Los que lloraron se sintieron peor cuando experimentaron vergüenza o fueron avergonzados mientras lloraban, o cuando lloraban cerca de otra persona que no mostraba empatía ni les apoyaba durante el episodio emocional.
El llanto emocional, característica única de los humanos, es una expresión emocional que indica apaciguamiento y súplica en los adultos, algo que habría sido ventajoso y adaptativo en las primeras comunidades humanas como un medio para promover una mayor confianza mutua y conexión social, según revela Ad Vingerhoets, psicólogo holandés que ha pasado más de 20 años estudiando el por qué de nuestras lágrimas.
En una sociedad como la actual, que premia el éxito, la belleza y la sonrisa eterna, rechaza la vulnerabilidad y todo lo asociado a ella, nos vemos obligados, en demasiadas ocasiones, a ponernos una máscara, a ocultar aquello que realmente sentimos y a recomponernos con rapidez para seguir viviendo y sonriendo. Lo que supone un detrimento para nuestra salud y una pérdida de conexión con nuestro cuerpo y sus necesidades.
Cuando nos convertimos en padres y madres, pasamos a nuestros hijos, casi sin darnos cuenta, este legado de la contención emocional, de la necesidad de detener cualquier expresión emocional "desagradable" que oculte temporalmente nuestras risas.
Nos sentimos juzgados cuando nuestros hijos lloran, y pensamos que nuestra competencia como padres y madres se mide por las risas y sonrisas de nuestros hijos. Sin embargo, deberíamos comenzar a cambiar la mirada y darnos cuenta de que en los niños las lágrimas tienen una función comunicativa muy importante y que, a través de ellas, nos muestran su necesidad de apoyo.
Cuando un niño estalla en llanto (y hemos descartado un problema de salud o una situación de peligro) es porque se siente lo suficientemente seguro a nuestro lado como para trascender sus emociones y comportamientos más superficiales y ahondar en la tristeza escondida que los impulsa.
Si acompañamos y escuchamos a un niño durante su llanto, sin apresurarle -"Venga, no llores, que no es nada"-, sin amenazarle, hacerle reír o distraerle -con pantallas, comida, juguetes, entre otros-, sin ofrecerle una solución rápida a su malestar -"Mira, ya está, solucionado, ya no tienes por qué llorar"-, simplemente estando a su lado, transmitiéndoles calma, calidez y empatía, le estamos ayudando a sanar y expresar no sólo los malestares del día y las emociones de frustración e ira asociadas, sino también aquellos que no ha expresado y que ha acumulado durante meses o años en su cuerpo.
Multitud de libros de crianza recomiendan ignorar o distraer al niño cuando llora, o sugieren estrategias para detener las rabietas. Aletha Solter, doctora en psicología del desarrollo suizo americana, alerta sobre la repetida supresión de la ira y advierte que la imposibilidad de liberarla a través del llanto puede tener consecuencias negativas posteriores, incluyendo depresión y problemas de agresividad.
En esa misma línea, Gordon Neufeld, psicólogo del desarrollo canadiense, nos insta a recuperar la sabiduría de las lágrimas y señala que la adaptación a aquello que no podemos cambiar o que no funciona de la forma en que querríamos es un camino de lágrimas en el que están involucrados sentimientos de tristeza y decepción. Añadiendo que, si los niños no pueden verter sus lágrimas o carecen de un lugar seguro para hacerlo, se quedarán emocionalmente estancados y no desarrollarán de forma adecuada su capacidad para adaptarse a las circunstancias que están fuera de su control y aceptar que las cosas no van a salir siempre como ellos esperan y desean.
Es decir, cuando los niños expresan sus emociones a través del llanto, bajo la atenta y cálida mirada de un adulto sensible, comienzan a sanar, a aligerar esa mochila emocional que se va cargando por el simple hecho de estar vivos y de relacionarse en un mundo lleno de estímulos y experiencias que, en ocasiones, les resulta difícil de asimilar y comprender. De ese modo, su sistema límbico (centro emocional del cerebro) recupera su equilibrio, se flexibiliza y los niños pueden desarrollar su resiliencia.
Lo preocupante no es que un niño llore y se descargue emocionalmente, sino que haya perdido sus lágrimas, su capacidad de encontrar la tristeza que subyace en la mayoría de emociones intensas y actitudes agresivas que nos expresan.
Actualmente, según Neufeld, estamos criando generaciones de niños que siempre necesitan salirse con la suya y que son incapaces de adaptarse a las circunstancias. Añade que los síndromes más comunes que se diagnostican actualmente son síndromes sin lágrimas, y que esa misma ausencia de lágrimas interfiere con la habilidad para encontrar salida al déficit o la disfunción y para el desarrollo adecuado de la plasticidad cerebral.
La solución no radica en continuar imponiendo técnicas conductistas como premios, castigos, privilegios o recompensas, ya que esto incrementa el nivel de desconexión en la relación y acoraza los corazones de los niños. Muy al contrario, la neurociencia sugiere que necesitamos proteger a los niños a través de nuestras relaciones empáticas, predecibles y seguras, mantener sus corazones "blandos" para que puedan sentir y expresar todas las emociones inherentes a nuestra condición humana, siendo esto imprescindible para su maduración y desarrollo socio-emocional adecuado.
En definitiva, una de las mejores formas de ayudar a nuestros hijos a cultivar su resiliencia y a liberar las tensiones y el estrés de su organismo es ofreciéndoles un espacio seguro para verter sus lágrimas, una presencia empática y amorosa que les ayude a atravesar sus tormentas emocionales y a comprender que siempre hay un paisaje más calmo y despejado al otro lado.
La mayoría de nosotros no fuimos escuchados ni acompañados pacientemente durante nuestro llanto cuando éramos niños. Por este motivo, puede resultarnos incómodo permitir que los niños viertan todas las lágrimas que necesitan, porque revivimos las sensaciones y emociones reprimidas en nuestro cuerpo. De ahí que, para poder ayudar a nuestros niños a liberar su malestar emocional y retomar, a su propio ritmo, su estado natural de alegría, serenidad y conexión, los adultos debemos comenzar a tomar conciencia de todos aquellos malestares, emociones y sensaciones no expresados, y encontrar una vía de expresión adecuada (hablando con un amigo o familiar, expresándolos a través del arte o buscando actividades, películas o libros que nos ayuden a verter esas lágrimas estancadas en nuestro corazón).
Como vimos aquí, los niños respiran nuestros estados emocionales, por lo que, si nuestra mochila emocional está demasiado cargada, no podremos ofrecerle la calma y la guía que necesitan para recuperar su equilibrio.
Lo que define una crianza amorosa, sensible y dedicada, no es el comportamiento ejemplar, las risas y sonrisas permanentes ni la obediencia ciega de los niños, sino la capacidad de los padres y madres de responder (la mayor parte del tiempo) de forma una empática, paciente y calmada al llanto, rabietas y agresividad de los niños y de escuchar atentamente lo que los niños intentan expresarnos a través de ellos.
Como ya sugiriera Lope de Vega hace más de cuatro siglos: "No sé yo que haya en el mundo palabras tan eficaces ni oradores tan elocuentes como las lágrimas. "
Porque cuando los niños actúan de forma "descontrolada" e impulsiva, es cuando más necesitan que les ayudemos a encontrar sus lágrimas y a transformar toda su tristeza en aprendizaje y crecimiento.
Referencias
Solter, A. Cooperative and connected. Helping children flourish without punishments or rewards.
Neufled, G. Keys to Wellbeing in Children.
Vingerhoets, A. "Why only humans weep: unravelling the mystery of tears"
Frey, W. "Crying: the mystery of tears".
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